Namasté

¡Hola!, bienvenid@

Namasté , "La luz de Dios en nosotros, celebra su presencia eternamente en nuestros corazones"

miércoles, 12 de octubre de 2016


                                                          DESDE LAS PLEYADES



El mundo del pequeño yo es el mundo del deseo. Como los niños chicos que siempre van pidiendo satisfacciones y experiencias, así somos también de mayores y no significa por ello que dominemos el significado de la responsabilidad. Asumimos obligaciones una tras otra, que con el paso de los años, acaban por ahogarnos. Damos bandazos a ciegas, ya sea en el  campo afectivo, social o laboral. En este nuevo caramelo-trampa que nos ponen ahora por delante: el ocio como sinónimo del binomio placer-felicidad.

Elevarnos por encima del mundo del deseo es lo que nos va permitir descubrir otros espacios de consciencia. ¿Cómo se consigue? Trabajando sobre uno mismo sin descanso y cambiando nuestra  mirada sobre el mundo que nos rodea. Obedeciendo a la Ley del Tres, estamos compuestos de un cuerpo físico, uno energético y otro espiritual. Es todo tan sencillo como que mi cuerpo es el automóvil, el alma la gasolina y el espíritu el lugar donde me dirijo. ¿Quién orquesta? El que está sentado al volante.

Si yo entiendo mi alma, como transportador de mis emociones, tendré acceso a mi espíritu-consciencia. Pero para ello hay que tener un carburador a punto: no soy ni mi cuerpo físico, ni mi alma, ni mi espíritu: soy la suma de los tres. Y nada puede funcionar si me falla uno de ellos. Por lo que debo preocuparme de mantener mi cuerpo en buena salud, de tener un impulso afectivo equilibrado – o por lo menos saber el porqué de su desorden y vivirlo como tal- y asumir mis responsabilidades como útiles para forjar mi anhelada libertad.

La mente, en la mayoría de los casos emperatriz del mundo del deseo, se convierte entonces en la comprensión de las responsabilidades, en herramienta de la consciencia. ¿Cómo puedo convertirme en dominador de la ignoranciaelaborada por mi mente? Pues eso: cultivándola,  llevándola a espacios desconocidos, amansándola con la reflexión que lleva al discernimiento. Todo es mente decía el Kybalion y el último emperador de china proclamaba a sus siete años: “Yo soy el que pienso que soy”.

Si uno no busca conocer un estado de ser o de consciencia diferente- y puede que a la larga superior-  al que es el suyo por costumbre seguirá inmerso en un conocimiento dispensado por los sentidos y el deseo. No se permitirá el acceso a un conocimiento que le dará las respuestas a su cuestionamiento latente referente al enigma de la manifestación, de la muerte y de la felicidad, muy diferentes en calidad de las que se ha habituado a conocer.

Debemos comprender que nos enfrentamos a un salto cualitativo entre lo que somos normalmente y un estado diferenciado ligado a un sentimiento distinto de uno mismo que no es el resultado casual de unas condiciones idílicas ni tampoco de una mera aproximación psicológica, sino de una experiencia totalmente fuera de lo común la cual, para poderse manifestar, necesita cierto grado de silencio interior que sólo se conseguirá a través del ejercicio constante de la concentración.

Mientras permanezcamos en el mundo habitual de los deseos, no podremos entender y alcanzar una realidad que sólo reside en nosotros mismos, en lo que llevamos de más alto, que debe convertirse en nuestro apoyo, fuente de nuestro eje y que no existe en el mundo tangible de nuestras costumbres y de nuestro concepto erróneo del mundo físico y de nosotros mismos.

Las enseñanzas orientales que han ido más lejos que Occidente en el análisis y conocimiento de la psique humana, nos ayudan en acallar la verborrea interior obsesiva, el auto-compadecimiento y los pre-juicios heredados de los cuales debemos esforzar en liberarnos si deseamos tener suficiente disponibilidad interior para dejar paso a algo más elevado que late, al principio imperceptiblemente,  en nosotros mismos.

Terminaré con esta cita de Arturo Capdevila: “Desparramé las horas, desperdicié mi vida. Porque ignoré que el humo es la vejez del fuego.  Que nunca sea fuego quien tiemble de ser humo.”


Por Marie-Michèle Jolibert

No hay comentarios:

Publicar un comentario